Estaba preparándome una ensaladita de castigo ( a cuenta de los kilos de más, ganados en el descanso veraniego) y sentí un pequeño ruido a mis espaldas. Era un grillo. Daba saltos, me imagino, intentando salir por la ventana por la que se había colado. Me acordé, que cuando niño, fabricábamos unas pequeñas jaulas con palillos y trozos de patatas. Le echábamos tomates. Y eso hice esta noche.
Acudió raudo y veloz. Y no se lo pensó dos veces. Se puso a degustar el jugoso tomate. Se notó que el pobre llevaría algún tiempo sin comer (por mi culpa, porque yo llevaba varios días fuera de casa y allí no había nada que rascar).
Espero que esta noche, después de la invitación que le hice, me dedique una sonata nocturna. Desde luego que se lo agradeceré. Recordaré aquellas noches veraniegas, en la huerta de Castilla, cerca de la Pasá de Alcalá, sentados al fresquito,bajo una enorme morera...
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